domingo, 20 de julio de 2014

Sombras, sombras diurnas y extraños extrañados

Y te volviste una sombra, no una de esas que todo el mundo busca en el verano, no.
Una sombra, como aquellas de la noche que se apoderan de las  calles cuando el sol se oculta.

No importa cuantos candados y cerraduras ponga en mi puerta, tú, siempre te las ingenias para entrar. Atraviesas los senderos y claroscuros que se forman en mi sala de estar por las madrugadas, esas frías madrugadas en las que me abrazas y me ofreces tu gélido gesto.

Llega el amanecer. Tú, te escabulles, como siempre.
Huyes de aquellos primeros rayos con los que el sol anuncia un nuevo día.

Te escondes. Me persigues.
Te busco entre los recovecos de las frías y oscuras calles, pero nunca te apareces.

Me persigues a donde quiera que valla, y aunque yo no te puedo ver, sé que estás allí, a mi espalda, cubriéndome de todo aquello que me pueda hacer daño.

Y te lo agradezco.

Agradezco que estés siempre detrás de mí, en verdad, sin ti... No sería, simplemente no podría ser yo mismo.
Mantener esa entereza que me mantenga firme todo el día, todos los días.

A pesar de que físicamente no estás conmigo, siento que me acompañas siempre...

Y te extraño, pero no importa cuanto te extrañe, se que no volverás a estar a mi lado...

viernes, 18 de julio de 2014

Eres como las estaciones, ¿qué cómo? pues te diré...

Las brazas ardientes que conforman tu piel me abrazan, me acarician...

EL tacto dulce y terso de tus manos, abandonó mi cuerpo. Tal vez esa fue la señal que necesitaba para saber que la primavera se había ido para siempre...

Tus manos, que parecían flores de cerezo que acababan de abrir y limpiaban mi ser con su dulce aroma, habían sido reemplazadas por el fuego y las llamas, que al tacto con mi piel me quemaban, hacían arder aquellas viejas heridas que el invierno había dejado y que pensé que jamás volverían a abrirse.

Pero los días seguían...

Llegaron las lluvias de verano. Tus brazos, una vez en llamas, se habían extinguido y pudimos tocarnos de nuevo. Pero...

Las cenizas que ahora eran tus brazos eran tan frágiles, y al ver lo débiles que eran no me atrevía a tocarlos, porque creía que se desharían al instante.

Así pasaron los días y terminaron las lluvias.

Llegó el otoño y con el se fueron las hojas de encino con que estaban cubiertos nuestros cuerpos, quedando desnudos en un eterno final...

Hasta que el invierno llegó, y con el nos quedamos congelados por una pequeña eternidad, esperando a que llegase la primavera y derritiese nuestros cuerpos...