domingo, 20 de julio de 2014

Sombras, sombras diurnas y extraños extrañados

Y te volviste una sombra, no una de esas que todo el mundo busca en el verano, no.
Una sombra, como aquellas de la noche que se apoderan de las  calles cuando el sol se oculta.

No importa cuantos candados y cerraduras ponga en mi puerta, tú, siempre te las ingenias para entrar. Atraviesas los senderos y claroscuros que se forman en mi sala de estar por las madrugadas, esas frías madrugadas en las que me abrazas y me ofreces tu gélido gesto.

Llega el amanecer. Tú, te escabulles, como siempre.
Huyes de aquellos primeros rayos con los que el sol anuncia un nuevo día.

Te escondes. Me persigues.
Te busco entre los recovecos de las frías y oscuras calles, pero nunca te apareces.

Me persigues a donde quiera que valla, y aunque yo no te puedo ver, sé que estás allí, a mi espalda, cubriéndome de todo aquello que me pueda hacer daño.

Y te lo agradezco.

Agradezco que estés siempre detrás de mí, en verdad, sin ti... No sería, simplemente no podría ser yo mismo.
Mantener esa entereza que me mantenga firme todo el día, todos los días.

A pesar de que físicamente no estás conmigo, siento que me acompañas siempre...

Y te extraño, pero no importa cuanto te extrañe, se que no volverás a estar a mi lado...

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